miércoles, 18 de enero de 2012

El avioncito

El adviento convierte a Berlin en un hervidero de mercadillos y conciertos navideños por toda la ciudad. Pronto a integrarme en la intensa vida que estas actividades me ofrecían, decidí asistir a un concierto de villancicos. El mismo tuvo lugar en la Sophienkirche, una iglesia barroca en el centro de Berlin  del tipo "tarta de nata"con una alta torre apuntada al estilo que siempre ha gustado a los de aquí. Al ser una iglesia evangélica no tiene mucha más decoración que el órgano que está a los pies y dos graderíos a ambos lados de la nave principal. Y es desde uno de estos graderíos desde donde seguí el festival de villancicos interpretados por chavales de toda Europa con diferente fortuna, por ejemplo, desde una pianista francesa a un gaitero irlandés, pasando por un coro de niños con corbatas verdes.


El momento álgido de la actuación llegó con la lectura en alemán de un cuento del escritor Erich Kästner. http://es.wikipedia.org/wiki/Erich_K%C3%A4stner., de la cual sólo puedo decir que iba sobre unos pájaros, aunque de esto último no estoy completamente seguro. Mi mente entonces decidió ir por libre fijándose en los juegos de luces que proyectaban estrellas en movimiento en la bóveda de la iglesia, con las que pretendían suavizar la austeridad de la iglesia. Estas luces convertían la misma en un pequeño firmamento en movimiento. Mi mirada topò entonces con un chaval, un rapaz de unos 12 años que al parecer compartía conmigo el interés por la prosa de Kästner, sólo que el había aprovechado el tiempo, y seguramente inspirado por la bóveda estrellada, haciendo con el programa de mano una avión de papel. La velada entonces adquirió para mi un renovado interés.

Su posición era estratégica mente privilegiada, en la grada que estaba frente a mí, a unos 6 m de altura sobre la la planta de la iglesia, donde se seguía de forma atenta y en silencio la representación. No hace falta decir cuales eran sus intenciones, que yo por otra parte apoyaba fervientemente. Su madre, a su lado, por el contrario no. Le miraba con la desconfianza de cualquier madre, que sólo necesita una mirada para saber que pasa por la cabeza de su hijo. El niño hacía amagos de lanzar el avióncito, que por cierto estaba perfectamente diseñado con alerones y control de dirección, al vacio de la iglesia. En su imaginación el avión tras salir de su mano atravesaba la nave bajo las estrellas que se proyectaban en el techo. Yo en ese momento había perdido ya total contacto por la prosa de Erich Kästner y sólo me interesaba saber si sería capaz de hacerlo. Si tendría el valor de seguir sus impulsos y su imaginación.

En la realidad estos amagos pusieron  a la madre más nerviosa, y en un momento el avion desapareció de las manos del niño. Entonces el niño empezó a mostrar por primera vez atención, malsana,  por su hermanita pequeña que se dedicaba a decorar el programa de mano con pinturas. La señora madre, vista la situación, no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo con la criatura, y el avión volvió a aparecer en sus manos. A cambio el niño esperó a que acabase el concierto, con toda la gente saliendo, y yo expectante poniéndome el abrigo, lanzó por fin la máquina voladora que descendió suavemente por la nave.

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